
En un momento de desesperación del proyecto, donde solo escuchaba broncas, donde la presión y el estrés al que estaba sometida me llevó a olvidarme de mí y poner en riesgo mi salud, física, mental y emocional, una persona me dijo «lo único que puedes hacer en este momento es seguir para adelante».
Mientras hablaba con esta persona yo estaba en un mar de lágrimas, porque ya no podía más. Cuando la conversación con esta persona terminó y estuve sola, fui realmente consciente que me habían dejado tirada. Hacía mucho tiempo que estaba sola con esta situación insoportable, pero no me daba cuenta. Me enfurecí muchísimo, sentí una ira que no era sana para mí, no era sana para mi cuerpo, pero fluía incontrolable por él.
Pensé «tengo otra opción, que es hacer las maletas e irme de vuelta a España, y que dejen ellos/as su vida como yo la dejé para venir a montar esto«.
Traté de enfriar la cabeza, respirar, calmarme. Poner en orden ese mar emocional que no me dejaba ser objetiva con mis razonamientos y decisiones. Duelen las mentiras. Duele la traición. Duele el abandono. Duele la soledad cuando más necesitas que te ayuden.
¿Por qué seguí para adelante?
Por la responsabilidad que yo sentía con mi equipo. Mi equipo era lo que más me importaba en ese momento. No podía dejarles tirados/as. Ellos/as creían en mí. Algunos/as no se habían ido a otras empresas porque les gustaba trabajar conmigo. Se sentían respetados y valorados. Sabían que yo me peleaba con diferentes departamentos y personas por hacer respetar los límites y que nos dejasen trabajar.
Así que me sequé las lágrimas, me rearmé como pude y seguí para adelante, sabiendo que esto lo teníamos que sacar entre el equipo y yo, sin esperar ayudas de nadie.
¿Hasta dónde has llegado tú por tu sentido de la responsabilidad?
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