En la conferencia habló de dos historias realmente increíbles que he querido dejar aquí y que más personas las puedan conocer.
La primera de ellas es la de Helen Keller. Helen cuando era tan sólo un bebé con 19 meses sufrió una grave enfermedad que la dejó ciega y sorda. Esto hizo que su desarrollo para comunicarse se paralizase, con la frustración que eso provocaba en la niña. Sus familiares la veían como una niña incontrolable. Unos años después, la que sería su profesora y amiga inseparable Anne Sullivan, le enseñó a leer y comunicarse con los demás, y a controlar su mal genio. Comenzó a enseñarle cómo vibraban las palabras en las yemas de sus dedos. Anne cogió la mano de Helen y la puso sobre su boca mientras la otra mano de Helen tocaba el agua. En ese momento Anne comenzó a pronunciar la palabra “agua” una y otra vez hasta que Helen entendió que lo que tocaba se correspondía con una vibración en las yemas de sus dedos. Enseguida la mano de Helen buscó la hierba y comenzó a moverse queriendo saber cómo se decía. Entonces Anne pronunciaba la palabra “hierba” una y otra vez. De este modo le enseñó todo el vocabulario que la técnica le permitía.
Tiempo después comenzó a enseñarle con golpecitos sobre la palma de la mano de Helen. Helen aprendió el lenguaje Braille, fue a la Universidad de Radcliffe y se graduó con honores. Publicó su primer libro en 1902, «La Historia de Mi Vida». Años más tarde se dedicó a ofrecer charlas por todo el mundo contando sus experiencias.
La segunda historia es la de Dick Hoyt, un ex militar estadounidense de 69 años, hoy reciclado en profesor, protagoniza junto a su hijo Rick, de 47 años, una de las demostraciones de superación más increíbles de la historia.
Rick nació con el cordón umbilical enrollado en el cuello y la falta de riego al cerebro le provocó una parálisis cerebral, lo que le impide hablar, andar, manipular, moverse libremente, coordinar de manera adecuada manos y brazos. Los médicos diagnosticaron que el niño estaría en estado vegetal de por vida. Sus padres no se resignaron e ignoraron el diagnóstico de los médicos. No renunciaron a que tuviera un papel activo y autónomo en su vida. Ellos le hablaban y le enseñaban cómo se llamaban las cosas de su alrededor. No tenían respuesta de su hijo pero ellos seguían enseñándole todo lo que ellos podían. Le educaron igual que a sus otros hijos.
A los 12 años fue cuando Rick pudo expresarse por primera vez gracias a un programa informático especial que interpreta los movimientos de la cabeza y los traduce en palabras con las que construye frases. También fue mérito de los ingenieros de la Universidad Tufts, que reconocieron que el sentido del humor que manifestaba Rick indicaba inteligencia. A sus 12 años Rick fue capaz de aprender a usar ese ordenador especial para comunicarse mediante los movimientos de la cabeza. Las primeras palabras que logró escribir fueron «¡Vamos, Bruins!», un grito de ánimo para su equipo local, por lo que su padre comprendió que era un amante del deporte y decidió embarcarse con él en una peculiar aventura para realizar los sueños de su hijo: entrenar y competir juntos en maratones, triatlones y grandes desafíos físicos, llevándolo como un adulto lleva a un bebé en su carrito.
Con el ejemplo de su padre, Rick ha visto de primera mano cómo es posible lo aparentemente imposible, cómo la fuerza del amor y la voluntad de mejorar ganan la partida por goleada a la resignación y a la apatía.
Conocidos como el «Equipo Hoyt», Dick y Rick hicieron juntos su primera carrera en 1977. Desde entonces y hasta hoy han participado en más de mil competiciones, incluidas más de 200 triatlones (6 de las cuales fueron competiciones Ironman, que consisten en concluir una maratón completa —es decir, cerca de 44 kilómetros de carrera—, junto con 180 kilómetros en bicicleta, a los que hay que añadir 4 kilómetros a nado; todo seguido, una prueba tras otra). A su palmarés se añaden 20 duatlones y 64 maratones, incluidas 24 maratones de Boston consecutivas.
Es impresionante ver cómo el padre, Dick, de casi 70 años, lleva a Rick, de 47 años y cerca de 70 kilos de peso, en una silla especial acoplada a su bicicleta, lo arrastra en un bote cuando nada o lo empuja en una silla de ruedas adaptada cuando corre. Es difícil llegar a entender cómo un hombre a tal edad tiene la energía para culminar una competición tan dura como es la Ironman mientras carga con el peso de su hijo y de los dispositivos necesarios para ello; además ha obtenido unos registros asombrosos.
Gracias al ejemplo de su padre, Rick estudió, acabó el bachillerato y se licenció en Educación Especial por la Universidad de Boston. Actualmente vive una vida autónoma en su propio apartamento y es un profesional que trabaja en el Boston College.
Doy gracias a Alex Rovira por descubrirme estas increíbles historias. Espero que no dejen indiferente a nadie. Os dejo un vídeo sobre la historia del Equipo Hoyt.
[…] Alex Rovira es un comunicador que sigo desde hace tiempo. En 2011 lo conocí en persona en una de sus conferencias que me motivaron a escribir “Si crees que no puedes conseguirlo, espera y aprende de estas historias“. […]
Personalmente opino que el mérito grande lo tienen la profesora y padre respectivamente, que deciden darlo todo por su «protegido». En su caso, ellos no tienen la limitación, y sin embargo hacen suya la misión de superar las barreras y se ofrecen para proporcionar la ayuda de alumna e hijo respectivamente.
Un ejemplo de entrega llevado al limite, pero de concepto similar a lo que casi todos los padres hacen por sus hijos.